El Amor y La Sexualidad



Todos los que contraen relaciones matrimoniales con un propósito santo- el esposo para obtener los afectos puros del corazón de una mujer, y ella para suavizar y mejorar el carácter de su esposo- cumplen el propósito de Dios para con ellos.

Aquellos que se han casado deberían considerar debidamente el resultado de cada privilegio de la relación matrimonial, y el principio santificado debería ser la base de toda acción.

Muy pocos son los que consideran que es un deber religioso gobernar sus pasiones. Se han unido en matrimonio con el objeto de su elección, y por lo tanto razonan que el matrimonio santifica la satisfacción de las pasiones mas bajas. Aun hombres y mujeres que profesan piedad dan rienda suelta a sus pasiones concupiscentes, y no piensan que Dios los tiene por responsables del desgaste de la energía vital que debilita.

No es amor puro el que impulsa a un hombre a hacer de su esposa un instrumento que satisfaga su concupiscencia. Es expresión de las pasiones animales que claman por ser satisfechas.

¡Cuan pocos hombres manifiestan su amor de la manera expresada por el Apóstol:”Asi como Cristo amó a la iglesia y se entregó asimismo por ella, no para contaminarla sino para santificarla y limpiarla”, para que fuese santa y sin mancha.! Esa es la calidad de amor que Dios reconoce como santo.

El amor es un principio puro y sagrado, pero la pasión no admite restricción, no quiere que la razón le dicte órdenes ni la controle. No vislumbra las consecuencias; no quiere razonar de causa a efecto. De esa manera hombres y mujeres despilfarran la fuerza nerviosa del cerebro, y la ponen en acción antinatural para satisfacer las pasiones bajas; y este monstruo odioso, la pasión baja y vil recibe el delicado nombre de amor.